El Manifiesto sobre la declaración de guerra al Imperio Otomano fue recibido por el pueblo ruso con un entusiasmo sin precedentes. Destacó por su actividad excepcional la intelectualidad rusa, en primer lugar, los médicos. Éstos organizaban hospitales militares y de sangre, formaban trenes y unidades sanitarios. Proclamada la Guerra Ruso–Turca de 1877 a 1878, en el Ejército ingresaron cerca de 1.600 galenos, más de 3.000 enfermeras y 780 camilleros sanitarios.
Por un tiempo provisional el servicio médico fue encabezado por el cirujano de renombre mundial Nikolay Ivanovich Pirogov que había llegado a Bulgaria. Pese a su edad sólida –67 años– , mostró una increíble capacidad de trabajo examinando a los heridos y haciendo más de 600 operaciones, salvando de tal manera la vida de cientos de soldados rusos y búlgaros. Pirogov además se hizo cargo de organizar los hospitales militares. A las filas del ejército de batas blancas se sumaron también unos 300 profesores en Medicina, profesores asistentes y médicos internos de las clínicas universitarias más grandes de Rusia.
3.000 mujeres rusas, aproximadamente, abandonaron sus hogares para unirse al ejército como enfermeras, técnicas en emergencias sanitarias y médicas. Estaban en los campos de combate, en los hospitales de sangre, en los campamentos sanitarios para enfermos del tifus. Algunas venían del seno de la alta aristocracia rusa.
En la Guerra Ruso–Turca también se involucraron galenos búlgaros exalumnos de universidades rusas y rumanas. Algunos integraron los destacamentos de voluntarios búlgaros, así como el ejército ruso, otros organizaban hospitales en los territorios ya liberados. A cada uno de los primeros tres batallones de voluntarios búlgaros fue asignado un médico con grado de oficial. Estos tres médicos fueron Konstantín Bonev, Sava Mirkov y Konstantín Vesenkov quienes fueron condecorados por su valentía con órdenes de diversos grados del Imperio Ruso. Por su arrojo también fue distinguido con dos Órdenes militares de San Jorge el dr. Gueorgui Tsarigradski quien participó en la salvación de 800 soldados rusos que se habían helado durante la travesía invernal de la Cordillera de los Balkanes.
Al comienzo de la guerra muchos búlgaros acudieron a los hospitales militares y de campaña ofreciéndose a ayudar a los soldados heridos y enfermos. La primera en obtener permiso fue Petrana Obrétenova, hija de Tonka Obrétenova de la ciudad de Ruse –a la que los búlgaros de antaño y de hoy llamamos simplemente la Abuela Tonka– , participante en la lucha organizada por la Liberación Nacional, allegada y persona de confianza del Apóstol de la Libertad, Vasil Levski. La población búlgara también se involucró en ayudar a los heridos. La gente uncía los carros, cargaba a los heridos y los llevaba a los hospitales de sangre de las tropas rusas. Los vecinos de la villa de Kótel, en el este de Bulgaria, durante dos meses mantenían el hospital de sangre local, y fueron un millar los búlgaros que recogían a los mutilados en los combates librados por el puerto de montaña de Shipka. Durante el invierno, en la ciudad ribereña del Danubio, Svishtov, se hallaban concentrados heridos y enfermos del interior del país. En medio centenar de casas búlgaras habían sido alojados unos 3.000 lesionados; la ciudad parecía un gran hospital.
Las crónicas de guerra se refieren generalmente a las tácticas militares como un ejemplo de heroísmo y hazañas. Dejándose llevar por el fragor de las batallas campales, la gente suele olvidase del heroísmo silencioso de los soldados anónimos de batas blancas. Sin embargo, en el centro de Sofía, en medio de enormes castaños y rosales, se yergue un imponente obelisco conmemorativo, el Monumento a los Doctores, que da el nombre al parque en el que está empotrado. Fue construido en honor a los médicos que perdieron la vida en la Guerra Ruso–Turca. Representa en sí bloques de piedra natural en los que están tallados los nombres de 531 trabajadores sanitarios. Cada año, en la víspera del 3 de marzo, Fiesta Patria de Bulgaria, el monumento aparece sumergido bajo un manto de coronas y flores, y los habitantes y los visitantes de la capital se inclinan ante la memoria y la nobleza de los médicos muertos.
Versión en español por Daniela Radíchkova
Fotos: Archivo
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