Un pedazo de tierra rocosa, como arrojado al mar y, para no causar sensación de vacío, conectado a la tierra firme por un estrecho istmo. Refugio y seguridad; probablemente esto vieron los tracios cuando fundaron hace más de tres milenios en ese rincón su ciudad de Mesambria, como la bautizaron.
Nesébar, como se le llama en la actualidad, recuerda a más de un conquistador que, nada más poner el pie en la urbe, se apresuraba a cambiarle el nombre y dejar huellas culturales en ella. La Mesambria de los griegos era una ciudad rodeada de una enorme muralla, con barrios residenciales, templos, un gimnasio para la instrucción física y espiritual, un teatro… La Mesembria de los romanos se dotó de sistema de suministro de agua, termas y basílicas, ostentando una de ellas el nombre de Santa Sofía, a semejanza de la de Constantinopla. Nesébar de los búlgaros, incorporada por primera vez en los confines de Bulgaria en el año 812, obtuvo sus templos de San Esteban y San Juan Bautista, decorados de suntuosos frescos, que se convirtieron en el prototipo de las iglesias obras maestras de los siglos XIII y XIV.
Pueden obtener más información sobre esta antigua villa de singular belleza a orillas del mar Negro, llamada por los investigadores, nacionales y extranjeros, la Rávena búlgara debido a las numerosas y bien conservadas iglesias, y proclamada Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO en 1983, accediendo al artículo titulado “Nesébar, la ciudad antigua en medio del mar”, de los archivos de Radio Bulgaria.
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