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Españoles en y sobre la guerra de liberación de Bulgaria de la dominación turca, de 1877 y 1878

Muchos españoles llegaron a Bulgaria durante la Guerra Ruso-Turca de 1877 y 1878. Muchos otros escribieron de ella desde España. La guerra fue motivada por la Revolución búlgara de Abril del año anterior y trajo la libertad al pueblo búlgaro, al cabo de casi cinco siglos de dominación otomana. Si antes de esta insurrección en España se manifestaba por Bulgaria un interés muy vago, poco menos que sólo etnográfico, la Insurrección de Abril de 1876 lo convirtió en político y la Guerra de Liberación, en multifacético
En esta contienda casi todos los españoles fueron acreditados ante el Cuartel General ruso, y no ante el turco. Llegó como corresponsal de guerra el eminente pintor y fervoroso amante de la libertad José Luís Pellicer. Lo delegó La Ilustración Española y Americana, la revista más leída en aquella época en el mundo hispanohablante. Desde Bulgaria, donde siempre estuvo en las primeras posiciones, José Luís Pellicer enviaba a España sus dibujos sobre las hostilidades, pero también sobre el modo de ser y de vida del pueblo búlgaro. A base de estos croquis, el semanario publicó decenas de grabados que conforman el período búlgaro de la obra del notable artista.
Pellicer envió también cartas con valiosas descripciones de ciudades búlgaras, de campesinos y campesinas de Bulgaria del norte y de su tierra, cuya belleza le recordaba la pintoresca región española de Navarra. Damos a continuación una cita de José Luís Pellicer:
La laboriosidad en Gabrovo llega al delirio: nunca se verá a una de sus mujeres sin trabajo. Por eso no es de extrañar que todos sus vestidos y las telas todas de la casa sean obra de sus ágiles manos. Nada, absolutamente nada, he visto en cuantas casas visité que no representara la industria doméstica. Tapices, cortinas, manteles, todo, en una palabra. La ciudad es en extremo pintoresca; la arquitectura, por demás original. Sujetos a los materiales del país, y sin preocupaciones de estilo ni de épocas, los albañiles de Gabrovo han obtenido resultados que en poblaciones mucho más cultas no tienen arquitectos a todas luces inteligentes e ilustrados.
En agosto de 1877, los defensores rusos y búlgaros del desfiladero de Shipka, en la cordillera de los Balcanes, libraron duros combates contra los atacantes turcos, muy superiores numéricamente. El éxito de los eslavos fue decisivo para la victoria de sus armas en esta contienda. Poco después de esas memorables batallas, un periódico español, El Siglo Futuro, comunicaba que la legión búlgara se portó admirablemente en las alturas defendidas, entre una verdadera lluvia de balas.
Lo confirmará Pellicer, y un fecundo escritor español, Torcuato Tárrago y Mateos, dedicará a la epopeya de Shipka el primer cuento con protagonistas búlgaros conocido en la historia literaria española. Poco después de terminar estos encarnizados combates, el narrador español compondrá la conmovedora historia de los recién casados búlgaros Aneta y Nicéforo y del padre de la novia Stoilko. Ellos son uncidos junto con otros 800 búlgaros como bueyes para tirar hacia arriba, hacia Shipka, los cañones turcos para el ataque a las posiciones de los defensores ruso-búlgaros del desfiladero. Los tres consiguen escapar y son descubiertos cerca de las posiciones rusas por un corresponsal de guerra español inventado por el autor. Después de las batallas, él los presenta al general ruso Radetsky quien los felicita por el valor y les da su bendición.
En su libro sobre la Guerra de Oriente, Tárrago y Mateos describe la entusiasta acogida de los libertadores rusos en Tarnovo, capital medieval de Bulgaria antes de caer el país bajo la dominación turca en las postrimerías del siglo 14.
Describe este mismo recibimiento, ya como testigo, José Luís Pellicer. Casi una semana después de entrar los rusos en Tarnovo, llegaba allí otro corresponsal español. Se llamaba Saturnino Jiménez y lo había enviado la revista madrileña La Academia. Será él quien exclamará con admiración: ¡La Bulgaria es la Andalucía del Oriente!
Saturnino Jiménez entró con las tropas libertadoras rusas también en Sofía, la futura capital de Bulgaria, donde vio a los shopes locales con sus cabezas afeitadas y una larga trenza que dejaban colgar por la espalda. Descubrió que el lacre era llamado entonces por los búlgaros cera de España. Se asombró de ver que entre los montones de monedas que adornaban los cuellos de las campesinas búlgaras, colgaban numerosas pesetas columnarias españolas.
Jiménez se encontró con Pellicer y se fotografió con él y con otro español, todo un marqués, en la llanura cerca de Pleven donde los rusos libraban duras peleas contra el ejército del sitiado general turco Osmán-Bajá.
Bueno, no se encontró con el pretendiente al trono español Carlos VII de Borbón que en 1876 perdiera la última guerra carlista contra el gobierno central de España. Petersburgo había roto sus relaciones con Madrid ya en 1833, por lo cual don Carlos decidió que podría conseguir el apoyo de los rusos para sus designios de ocupar el trono español. Y llegó con las tropas rusas a Bulgaria. Incluso, condujo al ataque todo un regimiento de jinetes rusos contra los defensores turcos de Pleven. Fue al combate sin armas, y más tarde recibió una cruz de valor rusa.
Uno de los primeros hombres de la comitiva de don Carlos era еl general González Boet. En julio de 1877 El Siglo Futuro publicaba una carta de él enviada desde Svishtov, Bulgaria, en la que el oficial analizaba la fase inicial de la guerra. En la carta leemos: Cualquiera que sea la explicación que den los turcos al afortunado paso del Danubio por los ejércitos rusos, lo que se puede asegurar es que ha proporcionado a los invasores no sólo una superioridad moral absoluta en Bulgaria. Su efecto moral es que muchos búlgaros toman el fusil, reforzados y secundados por millares de compatriotas que tras larga emigración, regresan de Rumania, Servia y otros países.
En esta guerra Madrid oficial permaneció neutral, mientras que la opinión pública se decantó por los rusos y los búlgaros. En octubre de 1877, José Luís Pellicer manifestaba su credo: Los votos de quien juzga esta contienda con serena imparcialidad se dirigirán a la completa derrota de Turquía, y no por apego a Rusia, sino por simpatía hacia esas infelices poblaciones que gimen bajo el más absurdo de los despotismos.
El voto de Pellicer se cumplió. El 3 de marzo de 1878, como resultado de la victoria de los soldados rusos y los voluntarios búlgaros que pelearon en sus filas, el pueblo búlgaro conseguía su libertad. En el mapa aparecía un nuevo Estado que había estado ausente del concierto europeo durante cinco largos siglos.
Aparecía, mejor dicho, reaparecía Bulgaria.
По публикацията работи: Venceslav Nikólov
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