“Ten fe y no hagas preguntas”, es la respuesta que varios investigadores búlgaros han recibido al intentar llegar a las capas más profundas de la magia de los nestinar, los bailadores que danzan descalzos sobre brasas vivas sin que el fuego les haga daño.
Recibiría esta respuesta también cualquiera que hoy intente conversar con alguno de los pocos consagrados en el secreto de esta danza sacra. Algunos de los bailadores practican hoy este rito a modo de atracción turística. Se les puede ver con frecuencia en los programas recreativos ofrecidos en los balnearios en la costa del mar Negro, y también en algunos restaurantes típicos en los alrededores de la capital Sofía.
Los nestinar auténticos de la región de la montaña Strandzha en el sudeste del país afirman, que los bailadores “turísticos” emplean diferentes ungüentos y otros para proteger sus pies de quemaduras, y que el fuego que prenden es de leña que arde a una temperatura menos alta.
La práctica de los bailes nestinar está muy difundida en varias aldeas del sudeste de Bulgaria, escondidas entre las abruptas orillas del Mar Negro, antaño difícilmente accesibles, o bien en los pliegues de la montaña Strandzha. Se conoce que antaño la comunidad de los nestinar estaba formada por una decena de familias, cuyos jóvenes no solían casarse con extraños o individuos ajenos a la comunidad porque la capacidad de ser nestinar es hereditaria. La danza con los pies descalzos sobre las brazas es la culminación de esta costumbre. Se practica dos veces al año, siempre en el marco de tres días, y es precedida por preparativos colmados de ritos enigmáticos.
En mayo se baila sobre las brasas al aire libre, en la festividad de San Constantino y Santa Elena, mientras que en invierno se danza entre el 18 y el 20 de enero en un sitio llamado el hogar sagrado, y considerado el templo de los nestinar. El culto principal es a San Constantino, el enviado de Dios en la Tierra. En el pasado la Iglesia Cristiana perseguía a los nestinar debido al carácter pagano de su práctica del culto. A consecuencia de los múltiples ataques contra los portadores de la tradición, la costumbre fue cayendo en el olvido durante un buen tiempo, y los nestinar se cuidaban mucho de dejar que se les aproximaran personas extrañas a su comunidad.
En los años 30 del siglo XX, el académico Mijail Arnaudov estudió el enigmático rito y tuvo la suerte de conversar con algunos bailadores nestinar legendarios. En su opinión, la práctica del baile sobre brasas vivas se asocia al “chamanismo de Asia Central y sus éxtasis, magias, predicciones y curaciones milagrosas”. El investigador descubrió algunas similitudes también con el culto al dios tracio Dionis (Dionisio en la cultura helena) y afirma que se trata de “un culto mixto semita-helénico).
“El 1 de mayo, cuando empieza el mes de San Constantino como lo llaman en la región de Strandzha, los participantes en el rito iban a visitar al nestinar principal en su casa”, escribió a comienzos del s. XX el etnógrafo Dimitar Marinov. Cada uno llevaba vino, pastel bánitsa de hojaldre y diferentes manjares para la mesa común que el anfitrión debía preparar. Los visitantes le besaban la mano, colocaban los manjares traídos sobre la mesa y todos juntos se iban al templo, el centro sacro de los ritos de los nestinar. Antaño el llamado templo solía estar en la casa del nestinar principal. Según el etnógrafo, “éste hacía de sacerdote, incensaba los iconos y los bailadores nestinar reunidos. Cada uno de ellos tenía en la mano una vela encendida que había traído de su casa”. Efectuado este rito, se consideraba que “la fuerza espiritual y la inspiración de San Constantino quedaba transmitida a todos y ellos se volvían bailadores nestinar”.
Una interesante descripción de la costumbre de los nestinar encontramos en un cuento de Konstantin Petkanov que inspiró el drama La bailadora nestinar, del compositor nacional Marin Goleminov. En 1939, antes de comenzar a trabajar sobre la partitura de su obra, Marín Goleminov decidió sumergirse en la atmósfera de esta antigua costumbre que, en sus palabras, estaba por desaparecer. Se había conservado solo en la aldea de Bulgari en la montaña Strandzha.
“Es una fiesta de San Constantino y Santa Elena”, escribió el compositor. “Los iconos de estos dos santos se guardan en una casa que da a la plaza del pueblo. En vísperas de San Constantino los nestinar van a esa casa al son de un tambor y prenden velas, pero no les acompaña ningún sacerdote. El tambor también es considerado sagrado y se guarda todo el año en esa casa. Las bailadoras nestinar quedan dentro de la casa, se toman algún que otro sorbito de aguardiente rakia y cada cierto tiempo una de ellas sale fuera, levanta las manos y exclama: “¡Ay, ay, ay!”. Esas exclamaciones auguraban algo extraño, por no decir temible”.
“Por la tarde los nestinar salieron a bailar”, continúa su relato el compositor Marín Goleminov. “Esparcieron en círculo brasas de una fogata que había ardido todo el día. Una de las bailadoras nestinar tomó el icono, se persignó y empezó a bailar al compás del tambor y de una gaita, dando vueltas alrededor de las brasas esparcidas sobre el suelo. De pronto se puso muy pálida, cayó en trance y “se contagió” (entre comillas)… Porque si de día les preguntas si por la tarde bailarán sobre las brasas, las mujeres nestinar suelen responder “si me contagio”. La verdad es que la magia se les contagia”.
Caídos en trance, los nestinar empiezan a cerrar cada vez más el círculo y bailan directamente sobre las brasas, portando en manos iconos de San Constantino y Santa Elena que cada cuanto tiempo levantan hacia el cielo. Los nestinar llaman este contagio “perderse”. En cuanto logren “perderse”, hacen profecías. La gente cree que sus predicciones se cumplirán y por esto escucha con atención lo que dicen las bailadoras. Se conservan múltiples testimonios de personas que presenciaron este rito ígneo y gracias a ello se curaron de diferentes dolencias.
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