Hace una quincena de años, Kolio adquirió 30 hectáreas de viñedos abandonados. Erradicó las antiguas viñas y plantó en su lugar todas las cepas que podían crecer en los alrededores de una de las ciudades más meridionales de Bulgaria, la de Melnik.
Fue una solución atípica de una región en que, hasta no hacía mucho, habían varietales, elaborados de la cepa endémica “shiroka melnishka”. Desde la siembra de las nuevas variedades hasta la aparición del primer vino de calidad, digno de ser presentado en un concurso, pasaron diez años. Tras obtener las primeras medallas, el vitivinicultor Kolio decidió que había llegado el momento de crear una bodega propia.
Postuló a financiación europea y al año el chateau se convirtió en realidad. Sito en proximidad a los viñedos del vitivinicultor, ofrece casi todo con lo que podríamos soñar: vistas a más de una montaña, equipamiento moderno, e incluso una cancha de aterrizaje para helicópteros y una rampa.
A los temas serios de la conversación con Kolio se suman alguna que otra broma. Junto al lugar en el que las uvas recién recogidas se vierten en los molinos para uvas hay un icono.
“Se llama Jesucristo, Viña de la Vida. En su momento pensé que lo mejor sería que me convirtiera en colega de Dios. Fue una inspiración divina la que me movió a sembrar los viñedos. Estas tierras estaban abandonadas y para convertirlas en viñedos jóvenes, seleccioné las uvas con mucho esmero. Son diez tintas y 6 blancas: shiroka melnishka, melnishka temprana (o melnik 55), melnik 1300, Syrah, Merlot, Cabernet, Pinot Noir, Sangiovese; Sauvignon Blanc, Chardonnay, Viognier, Misket de Sandanski y Kerazuda. La mayoría de los vinos son varietales pero buscamos nuestra identidad en los de coupage”.
Bajamos a la bodega donde las cubas resultaron ser menos de las que me esperaba y me parecieron pocas las estanterías para añejar vinos embotellados. Cierto que la bodega es relativamente joven pero seguro que tendrá guardadas algunas joyas de cosechas anteriores. Un estrecho pasillo conduce hacia pequeños túneles excavados en la arenisca, llamados “mel”. De su nombre deriva el de la ciudad de Melnik.
“Esto de aquí fue el fondo de un lago y se pueden ver los diferentes sedimentos. Los ahumados probablemente sean de la erupción de un volcán en proximidad. Puede que un día comencemos a criar también vinos con la tecnología de Champagne”..
Es el momento de las narraciones sobre tradiciones familiares, recetas heredadas de tatarabuelos, etc. Lamentablemente, la historia de Kolio es muy prosaica. Antaño las aldeas en torno a Melnik no tenían bodegas. Hoy, sin embargo, en un radio de 15 kilómetros hay 10, de las que 8 son recientes.
“En tiempos del comunismo cada campesino podía tener no más de una decárea de viñedos porque el resto de la tierra estaba cooperativizada, y cada cual elaboraba hasta media tonelada de vino. La fama vinícola de la zona data del siglo XIX. En aquel entonces los productores eran comerciantes griegos. El vino pertenecía a quien lo vendía y no a quien lo producía. Una vez que los helenos abandonaron Melnik, se perdieron sus mercados, sus contactos comerciales y su maestría”.
Nos espera la cata que, naturalmente, comienza por unos vinos blancos más jóvenes y ligeros, seguidos por blancos de coupage y rosados. Ojalá nos alcancen las fuerzas para llegar a los tintos, que son el orgullo de la zona.
Hay un vino rosado de color más bien durazno, que se destila de una variedad local de uva tinta y que rivaliza con toda dignidad con los armoniosos Viognier y Chardonnay. Lo mismo que el raro copupage de, por ejemplo, la syrah (tinta) con viognier (blanco) este rosado deja una estela en nuestra memoria emocional.
La esposa de Kolio está muy orgullosa de la enóloga que han criado, graduada en Bordeaux.
“Los rosados carecen de tradición pero en nuestros días, con el rápido intercambio de información y conocimientos, la experiencia acumulada por las generaciones se puede estudiar y conocer en las universidades. Luego uno hace prácticas universitarias y en este sentido necesitamos menos tiempo para hacer más cosas”.
En busca de respuesta a la interrogante de si también en el sector vinícola las nuevas tendencias se abren camino con facilidad allí donde faltan tradiciones, me ofrecen una copa de vino joven:
“Nuestra fermentación es clásica, no tiene las carácteríisticas específicas del Beaujolais nuevo. Simplemente la uva madura más temprano y por eso el vino queda listo para el consumo simultáneamente con el Beaujolais. Tras catar nuestro vino nuevo, muchas personas han dicho “ya no tomaré Beaujolais”.
Descubrir y valorar las diferencias en la filosofía del vino es una vocación.
“No soy profesional. Tenía la idea muy general de trabajar con variedades búlgaras y cepas internacionales modernas. No sabía qué era lo mejor y me proponía experimentar los primeros 50 años…” dice Kolio sonriendo.
Para él una cosa son las medallas y los mercados, y otra, muy diferente, si bien no menos valiosa, el comentario de un colega francés que en cierta ocasión le preguntó: “¿Qué hará su bodega más adelante si ya al comienzo ha logrado vinos tan buenos?”.
“La mayoría de las respuestas a la pregunta hasta qué punto pueden añejarse y volverse mejores los vinos estriban en el tiempo. Les invito a que de aquí a unos 20 o 30 años vuelvan a nuestra bodega para probar nuestros vinos espumosos de la variedad de uva endémica “shiroka melnishka” y pinot noir”.
Versión en español por Raina Petkova
Fotos: Ludmil Fotev
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