Tras las numerosas emociones en torno a la dimisión del gobierno y las tensiones políticas provocadas por la misma, la opinión pública nacional se sintió fuertemente preocupada en la semana que termina por el enésimo motín en un centro de acogida de migrantes , situado, en esta ocasión, en la pequeña localidad sureña de Jarmanli. Provocó la indignación de los inquilinos del centro una medida insoslayable de las autoridades sanitarias: la cuarentena decretada por éstas por decenas de casos de enfermedades cutáneas contagiosas. En tales casos se decreta una cuarentana independientemente de si son objeto del contagio extranjeros o búlgaros. Pero los migrantes amotinados plantearon ante las autoridades otra condición inadmisible: tener asegurado un corredor a través de Bulgaria hacia la frontera con Serbia para continuar su ruta a Europa Occidental. El descontento se tradujo en actos violentos que forzaron a las autoridades a recurrir a las extremadamente inusuales para ellas balas de caucho y cañones de agua. Tras la detención de unas 300 personas, la presencia de daños materiales graves infligidos incluso en las instalaciones adquiridas con recursos europeos y después de quedar heridos 24 policías la situación en el campo de refugiados fue domeñada. Los sucesos tuvieron su repercusión también en la vida política nacional. El gobierno dimisionario ha sido blanco de acusaciones de no haber desplegado esfuerzos suficientes para garantizar el orden público, y la oposición ha reclamado un debate parlamentario en torno al caso. El primer ministro ha pospuesto su visita a Hungría para examinar el problema y las medidas tomadas con representantes de los ministerios del Interior y de Defensa. En las redes sociales se produjo una explosión de indignación espontánea que ha forzado al primer ministro a llamar a los búlgaros a abstenerse de sembrar odio y mantenerse cautelosos en sus reacciones de rechazo ya que Estado Islámico vigilaría muy atentamente en Facebook lo que aparecía en las noticias. No se descartaba tampoco que el motín hubiera sido organizado desde fuera.

Los disturbios en Jarmanli han sido domeñados pero el problema que implican los migrantes en el país persiste y la sociedad se serenará sólo cuando éste encuentre la adecuada solución. Los disturbios en Jarmanli han tenido por resultado no a personas que huyen de hostilidades sino básicamente migrantes de Afganistán, algunos de los cuales calificados de gamberros por la policía , y para los cuales Bulgaria sólo es un punto de tránsito hacia la ansiada Europa Occidental. Se trata en este caso de un desacato de la legislación nacional y de amenazas para la seguridad pública y por tal comportamiento está sujeta a sanciones severas también la población nativa. En relación con los sucesos en Jarmanli el gobierno tratará de extraditar a cinco personas a Afganistán, y el resto de los detenidos serán alojados en centros de tipo cerrado. Seguirán, sin embargo, en Bulgaria y nadie es capaz de dar garantías de que mañana no se volverán a amotinar. La indignación de los migrantes también está motivada por el hecho de que Bulgaria respeta las exigencias de la UE para la custodia de sus fronteras exteriores. En este sentido, zanjar el problema es no sólo de la incumbencia exclusiva de Bulgaria sino que es función de una política europea supranacional y más extensa, una política pretendida ya por tantos países de la UE y la que, por desgracia, avanza lentamente y no convence.