Este año Bulgaria celebra sin mucho ruido ni fausto el décimo aniversario de su incorporación a la UE. Hay muchas razones para este ambiente falto de festividades pero la más importante para la mayoría de los búlgaros es que, contrariamente a las expectativas y esperanzas masivas, Bruselas no ha resultado ser ni la varita mágica capaz de transformar en un santiamén a los búlgaros -las personas más pobres de Europa- en gente de al menos mediana prosperidad, ni ha sido la varita capaz de subsanar y atajar los francos desaciertos y abusos de la mayoría predominante de políticos, del gobierno o de la oposición, ni ha sido tampoco el factor que abriera horizontes y mercados nuevos y luminosos ante la industria y el agro de Bulgaria. Ninguno de estos anhelos se ha hecho realidad, pero algunas cosas sí se han hecho en el país, con escasas excepciones que justo por ello llaman la atención. Ahora Bulgaria parece un país más moderno, desde cualquier punto de vista, pero, al mismo tiempo, país que se atrasa cada vez más en los sectores industriales más importantes y punteros. No hay una clasificación en el sector de los negocios en el mundo en la que Bulgaria ocupe uno de los primeros puestos, a causa de sus malos indicadores económicos y sociales. Salvo la vecina Rumanía, Bulgaria es el único de los 28 países miembros de la UE que sigue sometido a un monitoreo especial por parte de Bruselas. Todo ello se produce sobre el telón de fondo de los miles de millones de euros que para 2017 la UE ha ofrecido en el marco de diferentes programas de Cohesión. El dinero es mucho sólo a simple vista. Es que, mientras tanto, en el mismo período Bulgaria ha aportado a las arcas de la UE miles de millones de euros en concepto de cuotas de país miembro y, aparte, ha abonado más dinero para la cofinanciación de los llamados proyectos europeos.
La economía de Bulgaria ocupa, asimismo, el último puesto en Europa tanto por la productividad del trabajo, como por la remuneración del mismo y, por la calidad y las innovaciones. Y no es que lo esté pretendiendo, sino simplemente, porque carece de voluntad y de dinero para hacer más. En los primeros años de la transición del totalitarismo a la democracia y la economía de mercado todas las instalaciones y equipos, más o menos servibles en el sector industrial, fueron vendidos a unos propietarios opacos a unos precios humillantemente bajos, los cuales, pese a todas las medidas de las autoridades de entonces, las forzaron a declarar la quiebra del Estado, por la ineptitud de éste de pagar las enormes deudas externas acumuladas en la época del comunismo. Los activos económicos que ya no servían para maldita la cosa, o simplemente, se habían quedado sin mercados, se fueron yendo paulatinamente hacia la nada. En la práctica se ha quedado una economía mutilada, una decena de miles de personas muy ricas y 7 millones de búlgaros que poco después iban a darse cuenta de que más temible que la pobreza sería la falta de educación, cualificación y de buena sanidad que, sin embargo, ya cuestan caro.
Además de la corrupción generalizada, la baja cualificación, la delincuencia invencible, los búlgaros han resultado ser los europeos peor retribuidos y que carecen de casi ningún capital para invertir. No forman parte de esta cuenta los centenares de castillos y palacios verdaderos de los nuevos ricos, sus aviones, yates y coches de alta gama que llaman la atención hasta de los europeos más acaudalados. Sí, dinero hay pero no hay quién y para qué invertirlo en la economía nacional ya que, en la mayoría de los casos, este dinero proviene de contrabando, de tráfico de drogas y personas, de abusos del poder y tráfico de influencias. La economía búlgara va avanzando pero lo hace a ritmos insatisfactorios. En los diez años de pertenencia a la UE el PIB per cápita en Bulgaria sólo ha crecido en 800 euros, y el salario medio ha ascendido, en 2016, a sólo 500 euros.
La población búlgara se va reduciendo poco a poco. Ya suman dos millones los búlgaros que han emigrado del país, la mortalidad ha superado la natalidad, los búlgaros envejecen y su número va bajando. Pero, desde los despachos del poder las cosas no tienen esta apariencia y se asegura que el crecimiento del PIB ha superado la media europea y que el Presupuesto para 2016 ha arrojado un excedente. Es verdad, pero esto ocurre sobre el telón de fondo de pensión media de unos 160 euros, de factura mensual para la calefacción de 100 euros y de más de 2 millones de búlgaros que malviven por debajo del umbral de la pobreza.
Los expertos y los observadores coinciden en opinar que 10 años son pocos para la acumulación de una masa crítica de capitales capaces de generar un crecimiento mayor del PIB y de mejorar las condiciones de vida. Por desgracia, no hay tales capitales nacionales, y los capitales foráneos se mantienen escépticos y muy cautelosos ateniéndose extraordinariamente a su capacidad de movilidad, o sea, de abandonar rápidamente el país, caso de eventual situación adversa. Si continúa a los ritmos actuales, la economía búlgara permanecerá por mucho tiempo más en la periferia de los grandes y sólidos negocios, independientemente de si esté dentro o fuera de la UE. Sólo nos resta esperar que en los próximos 10 años, tanto en la UE como en Bulgaria, pueda suceder algo palpablemente positivo tanto para el Estado como para sus ciudadanos pobres.
Versión en español por Mijail Mijailov
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