Durante esta semana, se formó una intriga interesante relacionada con el problema con las máquinas de votación en las próximas elecciones parlamentarias anticipadas que se celebrarán el 26 de marzo. La historia se remonta al comienzo del mes cuando el Tribunal Supremo Administrativo anuló la decisión de la Junta Electoral Central, que estipula la provisión de máquinas de votación sólo en 500 secciones electorales. Los jueces se basaron en el Código Electoral, que establece que el votante puede elegir cómo ejercer su voto: mediante una papeleta tradicional o mediante una máquina de votación. Por lo tanto, cada uno de los 2.500 centros de votación debe disponer de máquinas de votación.
La decisión del Tribunal Supremo Administrativo dejó perpleja a la Comisión Electoral Central. Por un lado, porque estaba consciente de que debía cumplir esta decisión, por otro, por la falta de tiempo. La Comisión anunció con urgencia un procedimiento de contratación para el suministro de las máquinas de votación pero hasta el momento no hay interés mostrado. O, más bien, ninguna empresa está dispuesta a hacerse cargo de ese enorme riesgo. El miércoles, también el Gobierno interino tomó una posición sobre el tema. Su portavoz dijo que un estudio revelaba que era poco probable que la cantidad necesaria de máquinas sea proporcionada hasta el 26 de marzo. A su vez, el primer ministro interino Ognián Gerdzhikov, cuyo Gobierno tiene por tarea principal preparar unas elecciones honestas y tranquilas, pronosticó que la falta de candidatos para esa contratación pública conllevaría intentos de anular las elecciones. Todo ello hace cada vez más evidente la posibilidad de que el sufragio mediante máquinas de votación se convierta en misión imposible, como señalaran algunos medios informativos.
Si bien es verdad que la alternativa de votar mediante máquinas electrónicas contribuye al proceso electoral democrático, también hay un reverso de la medalla, que está relacionado con las realidades. Varios expertos argumentan que introducir el voto mediante máquina es un proceso gradual y que es necesario tiempo tecnológico para hacer el peritaje, el cifrado, capacitar a los miembros de las comisiones electorales, etc. Además, surge la pregunta: ¿cómo instalar máquinas de votación en las prisiones, los barcos, las residencias de ancianos? Cabe señalar asimismo que el voto electrónico no es una práctica común en la Europa democrática; hay países que han renunciado al mismo después de introducirlo. Por último, Bulgaria tiene una población que envejece; de los poco más de 7 millones de votantes potenciales unos dos millones y doscientos mil son pensionistas. ¿Para cuándo las personas mayores de la provincia profunda, acostumbradas a doblar y meter en la urna la boleta de papel, empezar a votar con la máquina de voto electrónico?
Y he aquí la pregunta: ¿se convertirá la votación electrónica en un escollo en las próximas elecciones parlamentarias? Las agencias sociológicas pronostican que de momento cinco partidos políticos superarán la barrera del 4% para entrar en el Parlamento: el GERB, el Partido Socialista Búlgaro, el Movimiento por Derechos y Libertades, los Patriotas Unidos y Vola (voluntad). Posiblemente fuera de la borda se queden las proliferantes formaciones, escombros de la histórica Unión de Fuerzas Democráticas que insuflaba esperanza entre la gente en los años románticos tras la caída del régimen comunista. Es aún más probable que, decepcionadas por el fracaso electoral, aquéllas cuestionen las elecciones debido a la falta de máquinas de voto electrónico en todos los centros de votación.
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