Fuerza inagotable, impacto fascinante... Es difícil de describir con tan sólo unas pocas palabras las danzas típicas búlgaras o hacerlas encajar dentro de una definición. Son vitalidad y emociones positivas entretejidas en un ritmo irregular extraordinario, y, a lo largo de los siglos, han contribuido a preservar la idiosincrasia de los búlgaros. Hechizados precisamente por su magia, últimamente vuelven a descubrir su riqueza cada vez más jóvenes, como, por ejemplo, María Delímijaleva para quien las danzas folklóricas búlgaras además de un alivio contra el estrés y la tensión, son una forma de “recarga” emocional y psíquica.
Se siente un nuevo tipo de energía. Arrancándose a la danza, mano con mano con los demás bailadores, es como si una carga eléctrica pasase por el cuerpo y uno se funde en un todo con ellos –explica María–. Dominados por la misma pasión nos lanzamos en el ritmo de las danzas típicas búlgaras. Quien no haya sido tocado por su magia no será capaz de entender. Además, los contactos que se crean son increíbles. Con toda esta gente que ha decidido dedicar parte de su tiempo a las danzas búlgaras hemos entablado grandes amistades. Personalmente me alegro de que cada vez más jóvenes se interesen en nuestro folklore, que estén deseosos de profundizar sus conocimientos, sumergirse en él, en su atmósfera. Es parte de nosotros, de nuestra esencia, nos mantiene como nación, como personas herederas de un valioso patrimonio. Las danzas búlgaras me traen gran satisfacción porque me permiten aportar mi granito de arena para conservarnos como nación, estilo de vida y cultura. De esa manera nos convertimos en guardianes de nuestro folklore y tradiciones nacionales.
La gente que se ha asomado al ritmo de las danzas típicas búlgaras dice haber sentido realmente una satisfacción incomparable.
Ni que decir tiene que la danza tiene un efecto positivo en el espíritu mediante las emociones y la energía que impulsan –dice, convencido, Danko Polyakov que consagra al menos un par de días a la semana a las danzas búlgaras– . Es una manera de empezar a ser positivo, de ver las cosas de la vida de una manera diferente y de sentirse un todo con los demás, porque las danzas folklóricas no son algo individual. Para coger el ritmo hay que estar en sintonía con el resto de los bailadores, conectar con ellos y a veces hasta ignorar las emociones propias para tenderle la mano a tu vecino, cualquiera que sea su estado de ánimo en el momento. Bailar tiene un impacto muy positivo en mí, me hace más paciente, más abierto y comprensivo con las personas a mi alrededor. Al menos cuando bailo las rondas típicas búlgaras es como si me trasladase a otra dimensión. Entonces me olvido de todas las pequeñas cosas de la cotidianidad. Y si añadimos a todo ello la risa, el placer es total, incluso cuando nos resulta difícil aprender algunos pasos más complicados o coordinar los movimientos de los brazos y las piernas.
Las emociones y el buen humor, empero, no acaban con los ensayos porque los bailadores viajan juntos no sólo a lo largo y ancho de Bulgaria, sino también a los vecinos países balkánicos donde con regularidad se organizan eventos folklóricos. Por supuesto, no se pierden los fines de semana para ir a “recargar las pilas” en medio de la naturaleza, relajarse y esbozar unos pasos de baile al aire libre.
Versión en español por Daniela Radíchkova
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