Al cabo de más de dos años de deflación, Bulgaria se está enfrentando ahora a la tan esperada, por algunos, inflación saludable. El problema es que ésta es tan elevada que no se trata en absoluto de unos efectos positivos del alza de los precios, sino de una amenaza para el poder adquisitivo de la población. Es que la tasa inflacionaria en Bulgaria se ha disparado llegando a un 3,5 %, porcentaje récord para el último lustro. Esta tendencia hasta entraña el peligro de que no se pueda respetar uno de los criterios para la tan ansiada por las autoridades entrada en la Eurozona, que hasta ahora no constituía un problema para el Ejecutivo. La inflación se debe tanto a factores internos como también externos. Entre aquéllos el impacto más fuerte sobre los precios lo ejerce el creciente poder adquisitivo de los búlgaros cuyos sueldos e ingresos no dejan de aumentar a una media anual de casi un 10 %. Más dinero en el bolsillo implica también mayor consumo. Esto, traducido al lenguaje de los negocios, está siendo interpretado como predominio de la demanda frente a la oferta. Los combustibles más caros constituyen uno de los factores exteriores de contribución esencial al aumento de la inflación. Cabe agregar, además, otro fenómeno alarmante: los ingresos de los búlgaros crecen con mayor lentitud que sus gastos. En el segundo trimestre de 2018 la renta media per cápita de un integrante de núcleo familiar en Bulgaria es de 754 euros y, en comparación con el mismo período de 2017, ha aumentado en un 8,7 %. Al mismo tiempo, los gastos ascienden a 680 euros marcando un incremento del 11,4 % frente al mismo período de 2017, señalan los datos del Instituto Nacional de Estadística. Esto significa que los ingresos reales se adelantan a la tasa inflacionaria y que esto permite asimismo un mayor consumo. Además, los precios minoristas en el país se mantienen a un nivel bastante inferior al que ostentan los precios medios europeos y con el ahondamiento de la integración en la UE no habrá manera de que no sigan aumentando gradualmente. Se puede decir, en definitiva, que aún existe bastante dinero disponible para un crecimiento complementario del consumo, o sea, de la inflación de consumo, al menos hasta que Bulgaria alcance los niveles de los precios en la porción más desarrollada de Europa.
La segunda mala noticia que estos días hemos conocido, se refiere a la ralentización, de momento no especialmente alarmante, de los ritmos del crecimiento económico, que en el segundo trimestre de 2018 ha llegado a un 3,4 %, siendo éste el aumento más débil desde 2015 hasta la fecha. Sirve, con todo, de consuelo el hecho de que pese a todo, sí hay un crecimiento. Sin embargo, esto es poco consuelo para un país como Bulgaria que se encuentra hasta tal punto atrasada en su desarrollo económico, en comparación con las potencias industriales, que una serie de economistas aseguran con convicción que la economía búlgara, si quiere colmar esta brecha a mediano plazo, deberá crecer durante decenios a casi un 10 % al año. Sin embargo, amén de los ritmos del crecimiento económico, existe otro motivo para preocuparse. Se trata de los motores de la expansión económica. El impulso principal de ésta lo genera el consumo interno que, sin embargo, no redunda en la creación de un nuevo valor añadido como lo suelen generar las inversiones en capital surte efecto económico de corta duración y resulta muy precario e imprevisible. Hasta no hace mucho, los expertos económicos del Gobierno estimaban que este año se registraría un pico en el crecimiento del PIB y que existiría incluso peligro de recalentamiento de la economía. Sin embargo, ahora aquellos pronósticos están generando fuertes dudas, motivadas no sólo por las cifras de la estadística nacional, sino también por los fenómenos que se vienen observando en algunos otros países de Europa Central y del Este. En Polonia y Chequia el crecimiento económico ya ha registrado una considerable ralentización y ahora todo parece indicar que Bulgaria también correrá semejante suerte.
Versión en español por Mijail Mijailov
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