Ciudad de los ocasos, de lancheros y pescadores: es así como se conoce a la ciudad de Tútrakan, uno de los sitios más encantadores en la ribera del río Danubio, al norte de Bulgaria. Los fotógrafos se sienten atraídos por las vistas hacia el río, sobre todo al atardecer, cuando el sol va tiñendo las aguas de todos los matices del rojo y el ocre. Los lugareños rinden homenaje al sol y el río con un festival de verano llamado Danubio Ígneo, así como con el evento de rock July Morning (Amanecer de julio), cuando en la ribera se dan cita miles de roqueros para recibir la primera madrugada del mes de julio.
Pero los residentes locales tienen, además, otros motivos de orgullo. Y no solo del pasado, cuando Tútrakan fue campeón balcánico de pesca y construcción de botes, sino también del presente, por ser el único lugar en el país donde se puede ver cómo era el barrio de pescadores en los siglos XVIII a XIX y formarse una noción del modo de vida de quienes vivían de la pesca y de los lancheros danubianos de aquel entonces.
Las destartaladas casuchas de pescadores en la ribera del río fueron reconstruidas con fondos europeos y hoy reciben a turistas nacionales y extranjeros. En el patio del taller de redes de pesca conversamos con Rumen Troskov, el último maestro de barcas de madera de la ciudad.
“Mi abuelo era pescador –dice– , he heredado de él esta profesión. Te levantas a las tres de la mañana, bajas al río para lanzar la red sin saber si lograrás sacar algo o no… He transmitido el oficio también a mi hijo. ¿Ven esta red? Yo mismo la he tejido. Me tomó cuatro años. ¿De si somos gente paciente los pescadores? Pues, ¿cómo piensan que se teje esto a mano? Se necesita mucha paciencia. Cuando comienzo a tejer, me olvido de todo, me lleno de paz.”
La tútrakanka es el orgullo de la gente local. Se trata de un viejo modelo de lancha, construido de tal forma que pueda deslizarse a una velocidad inusitada, gracias a su hidrodinámica perfecta.
“Antes, en el barrio de pescadores había siete talleres que construían este tipo de embarcaciones. Los maestros no daban abasto con los encargos tanto del país, como del exterior –cuenta Anka Móneva, animadora del conjunto arquitectónico Barrio Pesquero– . Unos 400 barcos solían atracar en Tútrakan, procedentes de Austria, de Hungría, trayendo mercancías de toda Europa, mientras que nosotros exportábamos pescado y alimentos de cereales. Miles de toneladas de pescado, fruto del arduo trabajo de los pescadores locales iban a los mercados europeos hasta Rusia y París. El río es un puente hacia otros pueblos y culturas. La gente de antaño viajaba mucho, por esto Tútrakan era un poblado pesquero de tipo urbano”.
De ello hablan las exposiciones en el Museo Etnográfico, donde han sido reunidos objetos hermosos y modernos para su tiempo, incluso ropa de París. Y paseando por el centro de Tútrakan, el visitante quedará impresionado por las bellas fachadas de los edificios que muestran la influencia de la arquitectura europea de mediados del siglo XIX. Es de aquella época también el templo catedralicio de tres cúpulas San Nicolás, en la entrada del Barrio Pesquero. La callejuela polvorienta desemboca en la bolsa de pescado, donde se pueden comprar carpas, siluros o algún otro tipo de peces recién sacados del río. Nuestra interlocutora agrega otro detalle curioso del pasado de la ciudad.
“Hasta 1954 el Danubio se congelaba con una espesa capa de hielo, un metro y medio, porque el agua era limpia y se congelaba fácilmente. Esto permitía a la gente pasar a pie al otro lado del río; dicen que incluso se jugaba a hockey sobre el hielo. Y desde la ribera rumana acudían músicos, de los llamados laudari, o sea gitanos valacos. Entonces la animación y la algarabía se apoderaba del Barrio Pesquero. Los hombres de la ciudad terminaban la temporada de pesca y pasaban los meses del crudo invierno tejiendo redes, reparando las lanchas y vaciando los barriles de vinos, al compás de las melodías alegres de los gitanos rumanos.”
Versión en español de Katia Dimánova
Fotos. Veneta Nikolova
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