Donar órganos para salvar una vida humana viendo que tu camino terrenal finaliza justo cuando está uno en la plenitud de su vida es una de las formas supremas de empatía. Uno deja una parte de sí mismo para que siga viviendo una persona anónima, que lleva años luchando por la vida a la espera del milagro llamado trasplante.
Nadie sabe cuándo ni en qué momento y circunstancias abandonará este mundo, y no siempre cuenta con la oportunidad de dar su consentimiento para ser donante de órganos. A menudo, la decisión crucial la tienen que tomar los familiares de luto, que acceden difícilmente a donar los órganos del difunto. En comparación con el resto de países de la Unión Europea, Bulgaria ocupa el último puesto por el número de trasplantes hechos por millón de habitantes. Esta es una de las causas que mueven a la gente que necesite ser trasplantada a viajar a países extranjeros. Mientras, los búlgaros que viven abrigando la esperanza de una segunda oportunidad de vivir gracias a un trasplante son más de 1 150.
Se organizó justamente en respaldo a esas personas la expedición en alta mar de la que han sido protagonistas Stefan Ivanov y su hijo Maxim, de 17 años de edad. Los dos hicieron la travesía del océano Atlántico en temporada de huracanes a bordo del bote de remo Neverest, que ellos mismos construyeron. La expedición ha sido un reto que ha encauzado la atención a la necesidad de comentar el tema de la donación de órganos con nuestros familiares, impulsado por la Campaña Nacional “¡Sí! Por la vida”.
Sobre cómo llegaron a hacer la decisión de lanzarse a esta aventura cuenta Maxim, que al comienzo del periplo tenía apenas 16 años. Según el registro oficial de expediciones oceánicas de remo de la Sociedad de Remo Oceánica, resulta que Maxim es el remero oceánico más joven del mundo en cruzar exitosamente un océano.
”De hecho, nosotros estuvimos barajando varias ideas de apoyo a causas diversas, al menos tres o cuatro. Me tocaba a mí hacer la elección y en el momento en que me enteré de la iniciativa, me sentí muy prendido de ella. Se trata de la causa perfecta: para ella no se pide dinero a nadie, no se solicita la asistencia de patrocinadores. La idea de que uno pueda donar vida después de morir es realmente excepcional”.
Maxim y su padre Stefan zarparon de la ciudad lusa de Portimao y recorrieron 8 230 kilómetros (4 444 millas náuticas) hasta Barbados. Durante 105 días, cada uno de ellos estuvo remando cada día en 6 ocasiones relevándose cada dos horas. Hicieron así más de 1 000 000 de remadas en toda la travesía. La única conexión con tierra firme la mantenían a través de un teléfono satelital, por medio del cual enviaban mensajes a la madre de Maxim, la cual iba informándolos sobre la campaña y los comentarios de la gente.
”En todas las conversaciones que mantuvimos y en todas las comunicaciones de respuesta que nos llegaron, fuimos comprobando que la gente realmente abrazaba la idea sobre la donación de órganos después de la muerte −explica Stefan, el padre de Maxim– . Es que esto no le quita nada al difunto ni a sus familiares y al mismo tiempo es capaz de salvar vidas. Hay que saber que existe una solución para los problemas de salud infinitamente duros de nuestros compatriotas y que todos juntos debemos dar con ella. Cada uno de nosotros debe preguntarse de si encontrará fuerzas suficientes en su fuero interno para tomar semejante decisión, y de llegar a tener una respuesta afirmativa, compartirla con sus familiares”.
A todos quienes siguieron con emoción y empatía esta travesía oceánica en respaldo a la donación de órganos, Stefan Ivanov dirige las siguientes palabras: ”No dejen de soñar, encuentren sus propios retos, cualesquiera que sean por su naturaleza. Se suele subestimar lo que se es capaz de hacer al contar con un horizonte más largo por delante”.
Versión en español por Mijail Mijailov
Fotos: Facebook / NeverestOceanRow
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