Su nombre es Rita Sánchez Yordanova, pero todos en Kozlodúy, en el noroeste de Bulgaria, la llaman Filipina por es la única filipina en la ciudad. Además es joven y hermosa, con el cabello largo hasta la cintura y llena de curiosidad. Quiere conocer de la mejor manera posible su nueva patria. Hasta tiene un vlog donde cuelga vídeos de sus vivencias en Bulgaria.
Filipina llegó a este país hace un par de años, junto con su esposo, que es búlgaro. Recuerda sus primeras impresiones: “Era otoño, y las Filipinas son un país tropical, ahí no tenemos cuatro estaciones. ¡Y todo me gustó mucho! La naturaleza, las casas, las iglesias eran exactamente como las recordaba de las películas para niños. Entonces me dije: ¡Este es un país de ensueño!”
Sin embargo, en un principio tuvo un período difícil, lo reconoce, por la barrera del idioma. Hoy en día, Filipina habla un búlgaro bastante bueno, vive en Kozloduy, en la ribera del Danubio, le gusta pasear bordeando el gran río, incluso viaja sola por el país.
“Me gusta observar a la gente leyendo en el tren −dice ella− . Esto no es habitual en mi tierra, en Filipinas. Bueno, las carreteras de aquí no son de las mejores, pero la gente es acogedora. Siempre me hacen preguntas, quieren escuchar mi historia”.
Su vida, antes de llegar aquí, no ha sido de ninguna manera un “cuento”, insinúa Filipina.
“No me gusta la actitud negativa de los búlgaros −comenta además Filipina− . Algunos se sienten desgraciados por vivir en Bulgaria. Me dicen: “¿Qué haces aquí, cuando eres de un país maravilloso? Por qué no se van a otro sitio con tu marido, vivirán mejor”. Esta gente no tiene idea de cómo he vivido yo en las Filipinas. Estar en un lugar sobrepoblado, con el aire contaminado, sobre todo en Manila, ¡es insoportable! Sí, cada uno tiene su destino y pretende sus objetivos, pero algunos piensan que teniendo zapatos caros, de marca, son más felices. Para mí, sin embargo, tener un techo y pan en la mesa son cosas que me llenan de gratitud todos los días”, se sincera ella.
Las comparaciones entre búlgaros y filipinos surgen inevitablemente en la conversación.
“Los búlgaros son muy independientes −resalta Filipina− . Aquí, llegando a la mayoría de edad, uno puede abandonar la casa de sus padres y tomar sus propias decisiones. Nuestra cultura está totalmente orientada a la familia. Siempre tenemos en consideración la opinión de familiares, allegados, hasta a una edad más avanzada”.
Además, en opinión de Filipina, los búlgaros son adictos al trabajo y muy activos. “Ustedes constantemente están haciendo algo. Además les gusta viajar, por esto siempre están ocupados”. A su modo de ver, esto explica por qué, al sentarnos a la mesa, somos tan habladores. En su tierra no está bien visto hablar en la comida. “Es que solamente en la mesa a ustedes les queda tiempo para comunicar”, concluye.
Además de vloguera, la hermosa filipina es muy buena cocinera. Reconoce ser una fanática de la cocina búlgara. Sus bánitsas (pasteles de hojaldre con relleno de queso blanco en salmuera) y kiuftéta (albóndigas fritas de carne picada) son de chuparse los dedos. También prepara ella misma la pasta de tomate, pimiento rojo y berenjena, llamada lútenitsa que tanto nos gusta a los búlgaros, así como el obligado yogur casero de toda buena ama de casa local. Le gustan los condimentos búlgaros como, por ejemplo, la ajedrea, que no se usa en las Filipinas. Pero, ¿cuál es su vivencia más inolvidable en Bulgaria?
“¡La vivencia más emocionante aquí fue la nieve! Mi primer contacto con la nieve. Porque he pasado treinta años de mi vida en un país tropical. La gente de mi país viaja a Corea o Japón con tal de ver la nieve, pero yo no tenía esa posibilidad. Así que aquí, en Bulgaria, ¡he vivido algo indescriptible!”.
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