Ya es habitual oír hablar de búlgaros que optaron por regresar a su país natal, durante la pandemia del Covid-19. A falta de estadísticas, no conocemos el número exacto de los expatriados que han vuelto y tampoco sabemos si han vuelto para quedarse, una vez pasada la crisis. Pero somos optimistas y confiamos que para muchos no faltará motivación para quedarse – tal como lo demuestra la historia personal de Zhasmina Atanasova que se fue a Estados Unidos, se graduó y acabó quedándose allí unos 20 años.
Ahora Zhasmina ha vuelto a Bulgaria donde se ha establecido junto a su marido y sus dos hijos. La joven puede hablar largo y tendido acerca de su amor por Bulgaria, pero éste gira sobre todo en torno a la elaboración de bordados tradicionales.
El interés de Zhasmina por la costura tradicional nació de casualidad, hace 8 años, cuando estaba embarazada de su primer hijo. En esa época el bordado de tapices era para ella una especie de meditación – una manera de tener ordenadas las ideas en su cabeza, como dice ella misma. Todo empezó con la visita de la bordadora tradicional Iren Velichkova-Yamami, en San Francisco donde Zhasmina vivía en aquel entonces. Allí fue organizado un taller de bordado para la comunidad búlgara y fue así como la joven sintió por primera vez el deseo de aprender a bordar con las mismas técnicas que empleaban nuestras tatarabuelas.
De esta manera, Zhasmina Atanasova fue aprendiendo, desde el otro lado del charco, a utilizar una técnica muy particular – la puntada recostada – empleada a menudo en la decoración de los trajes tradicionales búlgaros. Más tarde descubrió que esta era la misma técnica que se usaba para elaborar los manteles tradicionales, aquellos que aún conservaba en el baúl de su abuela. “La sastrería es una actividad de lo más agradable. Además, los bordados búlgaros transmiten una energía especialmente positiva”, nos va contando Zhasmina, y continua:
“Se aprende muy rápido cuando te enseña un profesional pero también es importante tener ganas de aprender. El oficio se “roba”, como solemos decir aquí, así que no necesitas mucho para arrancar. Iren Velíchkova-Yamami nos dejó una muestra a cada uno, la cual nos sirvió de guía para seguir practicando. Hasta entonces, yo sólo había bordado tapetes del tamaño de un cuadro. Pero ahora lo que quiero es dedicarme de lleno al bordado tradicional búlgaro por lo vistoso que es.
Este un trabajo laborioso y uno comienza varios proyectos a la vez, todos lentos. Pero es una labor que trae una gran satisfacción, y que relaja. Hay que planificar el trabajo con bastante antelación ya que es imposible terminarlo todo del tirón. Se requiere mucha paciencia, concentración y esquemas muy precisos de trabajo. Los hilos que se utilizan son los mismos que se usarían para elaborar un tapete normal y corriente. Los colores básicos en el bordado son el rojo y el negro, luego también aparecen algo de azul, verde o amarillo, aquí y allá. Como veis, con unos cuantos colores básicos es suficiente. La técnica que aprendí de Iren se llama “punta recostada” – es la que se emplea en nuestros trajes tradicionales y es una técnica mucho más rápida que, por ejemplo, la llamada “puntada cruzada”, también muy extendida. Mi intención es hacer bordados de muchas regiones diferentes, y aprender más sobre las diferentes técnicas y puntadas que caracterizan la sastrería búlgara”.
Zhasmina dice que incluso en el poco tiempo libre que tiene, no ve la tele, sino que se sienta a bordar. Planea organizar una pequeña exposición de varios motivos y bordados, característicos de las diferentes regiones de Bulgaria. “Quiero enmarcarlos y verlos brillar en mi propio hogar”, le cuenta Zhasmina a Guergana Máncheva y a Radio Bulgaria.
“Alguna vez me ha pasado el sentarnos otra mamá y yo en el parque, y ponernos a bordar juntas mientras charlamos – este es un momento mágico para mí. También ha ocurrido que se acerque gente desconocida al verme bordar, y quedarse impactada por el hecho de ver a una mujer sentada en el parque que, en vez de estar mirando la pantalla del móvil, se está dedicando a bordar. Para mí las manualidades son mucho más interesantes que navegar por internet. En EEUU también me he encontrado con mujeres que tejen pero los bordados búlgaros las impresionaban muchísimo. Nuestros bordados les son totalmente desconocidos. A un ucraniano o a un ruso, no le impresionarían de la misma manera, pero en América no es nada habitual. Es todo una cuestión de curiosidad – he visto en el taller de Iren Yamami lo bien que bordaban las japonesas, y también es frecuente ver a hombres engancharse con el bordado. Y no es una cosa de búlgaros únicamente – hay muchos hombres apasionados del bordado en todo el mundo. Es menos habitual, pero una vez lo pruebas y te gusta, da igual el género o la profesión que tengas. Es un pasatiempo que te calma, que ayuda a liberar el estrés y a vaciar la cabeza”.
Zhasmina cuenta que su vuelta a Bulgaria ocurrió por casualidad. Todos se pasaron al teletrabajo y ya no se podía viajar, ni quedar con amigos. Entonces ella y su marido – ciudadano estadounidense – redescubrieron las ventajas de vivir en Bulgaria. Apuntaron
a su hijo en una escuela búlgara y, mientras tanto, en Sofía, nació su segundo hijo. “La vida aquí tiene muchas ventajas. Aquí quedo con amigos y con gente cercana, así que de momento nos quedamos en Bulgaria”.
Escucha aquí la conversación entre Gergana Mancheva y Zhasmina Atanasova acerca de lo que significa ser un búlgaro expatriado y de cuáles son los motivos para regresar al país natal.
Fotos: archivo personal, Guergana Mancheva
Versión en español: Alena Markova
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