En la última década, el número de cabras en Bulgaria ha disminuido aproximadamente un 30 %, según datos estadísticos oficiales. Algunas razas autóctonas búlgaras han estado incluso al borde de la extinción. A pesar de esta tendencia alarmante, Dimítar Totev, del pueblo subbalcánico de Turia, decidió dar nueva vida a su tierra natal rescatando una raza casi desaparecida: la llamada cabra búlgara blanca lechera.
"Al principio criaba una raza local común. Elegí las cabras por dos razones. Estuve en Grecia durante varios años; allí trabajé para un hombre que tenía 700 cabras. Me gustaban los animales: son fáciles de cuidar. Solo quieren que seas atento, que no las maltrates, y te devuelven el cariño con leche.
Ahora tengo la raza de cabra lechera blanca búlgara. Empezamos con cinco animales de Ruse, y así reconstruimos el rebaño. En diez o doce años, todas las cabras se volvieron blancas, porque solo conservamos las que heredaban el gen del padre. Es una raza típicamente búlgara: se creó aquí, para nuestra región".
El proceso de selección requiere años de paciencia. Hoy, la granja de Dimítar produce hasta 300 litros de leche al día durante la temporada alta. Pero sus cabras solo dan leche durante cuatro meses al año; el resto del tiempo están preñadas o los cabritos siguen mamando.
"Si no podemos vender los cabritos para criarlos en otro lugar, siguen mamando y no sacamos nada de leche", explica Dimítar, y añade que su principal problema es la burocracia.
"Aquí hay muchos obstáculos, muchos organismos estatales. Si uno te lo permite, otros dos te lo prohíben", comenta Dimítar. "No hemos intentado crear un producto final porque hay demasiadas trabas. Por ejemplo, para vender queso en una tienda necesitas documentos para cada paso: etiquetas, análisis, certificados... Todo eso resulta demasiado caro. En Francia, el granjero pone el producto en un escaparate y lo vende como artesanal. Aquí, eso es imposible".
En invierno, los costes de alimentación y mantenimiento casi se tragan las ganancias de Dimítar. Para alimentar a sus 120 cabras, necesita preparar unas 2 000 balas de forraje. "Lo que quede después de pagar la electricidad y el agua es para nosotros", dice el ganadero.
Añade que, mientras las grandes granjas funcionan con subvenciones del gobierno, los pequeños productores dependen de las lecherías locales, que compran la leche cruda a precios muy bajos. Aun así, entrar en las cadenas de distribución es casi imposible si eres pequeño: los contratos son onerosos y el Estado impone trabas administrativas constantemente, denuncia Dimítar.
Crear una central lechera parece una solución lógica. Pero la realidad es otra.
"Y luego viene lo difícil. Es complicado vender solo en los mercados de agricultores, y además hay que cumplir ciertos requisitos. No puedes tener una tonelada de queso y pretender abastecer a una tienda de una gran cadena que vende cien kilos al día, porque tú tienes producto para diez días".
Hoy, la cabra lechera blanca búlgara ya no está en peligro de extinción, pero la batalla por la supervivencia de quienes la protegen continúa. Y ahora lo hacen sin subvenciones europeas que apoyen a los ganaderos tradicionales, ya que esta especie caprina se considera oficialmente recuperada. Aunque existen programas destinados a razas raras, los onerosos requisitos y su escasa aplicación hacen que, en la práctica, ganaderos como Dimítar apenas puedan acceder a ellos.
"¡Esto no es un negocio, es un dolor de vivir! Pero ya empezamos y combatiremos hasta el final, porque siempre hemos esperado que llegaran tiempos mejores. Si el Estado no quiere ayudar, que no estorbe. Y que no subvencione solo 'a los nuestros', sino que deje funcionar al mercado. Si eres un buen productor, los clientes te buscarán", declaró Dimítar Totev a Radio Bulgaria.
Autora: VenetaNikolova
Fotos: Veneta Nikolova
Versión al español y publicación de Borislav Todorov
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