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El templo en la montaña construido con piedras de la suerte

Foto: Petko Iliev
En la porción central de la cordillera del Balkán, justo al pie de las laderas meridionales del pico más alto de la montaña, Botev, hay un enorme cinturón de rocas llamado Ráyskite Skalí, en español Las Rocas del Paraíso. En ese lugar, donde uno puede tocar el cielo, más de un alma se va volando al cielo. Es como si Dios tomara a los elegidos de la mano para guiarlos por ese trecho tan corto a sí mismo.

“El invierno no da nada sino quita. En el invierno de 2003, el 2 de febrero, mi hijo murió cerca del albergue de montaña Paraíso. Aquí el camino se corta, la avalancha se divide y se desliza vertiginosa. Fue en ese lugar donde lo echó por los aires y luego cayó sobre él sepultándolo. El alma de mi niño se ha ido, y los que nos hemos quedado teníamos que poner fuerzas para sobrellevar el dolor”. Con estas palabras de Petko Ilíev de la ciudad de Sopot, en el centro de Bulgaria, comienza la historia del templo búlgaro construido a la mayor altura, en cuyos cimientos están incrustados el dolor, la resignación y la confianza de quienes perdieron a un familiar o amigo en las montañas.

Cuando Ilía, de 24 años, quedó enterrado bajo la nieve de la montaña, su padre Petko no se volvió contra Dios, sino que decidió construir un templo, en lo alto de la sierra, bajo la protección de los santos Nicolás Taumaturgo y Pantaleón, en memoria de los escaladores y turistas fallecidos cerca de Las Rocas del Paraíso. “Me dije a mí mismo: ¿y por qué no dos santos diferentes? Es aburrido estar solo en la montaña; así que, que sean dos: uno, joven y sanador y el otro, protector de los niños, los marineros y los banqueros”.

Petko hizo la primera palada unos meses después de la tragedia, pero debido al difícil acceso del lugar y al clima hostil, necesitó 15 años para finalizar su obra. No desistió, porque gente de todo el país, la mayoría extraños, pero con el alma abierta, le echó una mano. El arquitecto Teofil Teófilov diseñó el templo, Teodora Bakálova, María Míneva y su esposo pintaron los íconos, Ivo Tanev cargó con la cruz de piedra de 40 kilogramos a sus espaldas para subirla hasta el templo, Peyo conducía a los caballos que llevaban la carga por los senderos empinados, y un gran número de personas ayudó en la construcción. Más de 2.000 montañeros descendían durante horas desde la cascada Ráyskoto Praskálo o El Rociador Divino llevando una piedra, en lugar de una flor.

“No sé a qué se debe esta magia de la montaña −comenta Petko Iliev− . ¿Será por la gran cantidad de oxígeno que la gente de repente se vuelve muy buena y compañera, lista para ayudar en todo? En la montaña suceden milagros y sólo quien haya estado en la sierra puede sentirlo, ver cómo caen las “máscaras” que cubren los rostros abajo en las ciudades. En la sierra, el ser humano es normal, como sólo podemos soñar que sea. Por eso cuando la gente supo lo que estábamos construyendo, no necesitaba mucho empuje para prestarse a ayudar”.

Milena Stóykova se enteró por casualidad de la historia de Petko, que le apasionó, y decidió contarla en un documental.

“El templo trae algo de consuelo, un recuerdo de los amigos y familiares que la gente ha perdido, da sentido al dolor que cada uno ha experimentado −expresa ella− . Muchas personas involucradas en la construcción de este templo han perdido a un ser querido. El hijo del arquitecto que diseñó el templo, también escalador, ha fallecido de leucemia. El hijo del hombre que proporcionó la carpintería ha muerto en un accidente…”

La documentalista decidió llamar la película Las piedras de la suerte después de escucharlea Petko decir estas palabras.

“Los albañiles dicen que la piedra tiene un centenar de caras −agrega Petko Ilíev− . Efectivamente, la mires por donde la mires, la piedra tiene una cara diferente. Sin embargo, cuando empiezas a labrarla, cuando intentas empotrarla en la construcción, sientes que tiene un alma”.

El 27 de octubre de 2019 concluyeron las obras y el templo fue consagrado. En sus pétreos muros, Petko empotró una pequeña herradura con los callos hacia abajo: un símbolo de desgracia acaecida y en honor a los caballos que murieron en las escarpadas laderas de las montañas.

Versión en español de Daniela Radíchkova

Fotos: Petko Iliev



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