El Teatro de la Sátira de Sofía abre hoy sus puertas para su mega estrella Tatyana Lólova. En esta ocasión, empero, el público no va a salir de la sala iluminado por las magníficas encarnaciones de la querida actriz, sino enlutado por el postrer adiós a toda una época de la vida del teatro nacional.
Cuando el 22 de marzo se anunciaba que su sonrisa se había apagado para siempre, todo búlgaro de entre 20 y 90 años habría sentido deseos de que el tiempo se detuviera aunque por unos instantes, para rebobinar la cinta de la multitud de papeles inolvidables de Lólova en el cine y el teatro y recordar sus maravillosas entrevistas para los medios, desde los que la actriz esparcía con manos generosas talento, sonrisas… vida.
Nació en Sofía el 10 de febrero de 1934 de madre de origen ruso−ucraniano y padre búlgaro, un contable de la ciudad de Kalófer. Ya de estudiante en la escuela número 7 de Sofía, Tatyana Lólova se apasionó por la actuación y decidió presentarse a exámenes de ingreso en el Instituto Superior de Teatro, la actual Academia Nacional de Arte Teatral y Cinematográfico. Abrigaba temores de no ser admitida, ya que en los monólogos de intenso dramatismo rompía a llorar de veras, algo que se suponía que no debía hacer, pues las actrices tenían que cuidar de no estropear su maquillaje. Aquellos recelos resultaron infundados, y las lágrimas permanecieron, pero en los ojos del público, de la risa que generaba su actuación. Lólova concluyó sus estudios teatrales en la clase del Prof. Stefan Surchadzhíev, y dos años más tarde era contratada por el recién formado Teatro de la Sátira, en el cual se convertiría en una estrella de la comedia búlgara. “No soy una estrella, soy un sol”, acostumbraba bromear la actriz, y eso realmente era verdad.
Tatyana Lólova lograba iluminar la cara de cualquier espectador con su risa contagiosa, su exuberante cabellera rubia, su característico timbre y su mirada “risueña” a la vida. Y ella iba incorporando todo eso con destreza a cada personaje en el que le tocaría meterse en el teatro, el cine, la televisión.
Forman parte de su currículo profesional 45 largometrajes, y sus papeles más memorables son los de algunas de las películas favoritas de varias generaciones de búlgaros como Veranillo del membrillo, ¡Buena suerte, inspector!, Viaje a Jerusalén, Después del fin del mundo, De noche con los caballos bancos y Encanto peligroso, entre otros.
Uno de sus sueños era llegar a ser una actriz dramática. Con este fin, en 1977 abandonó su hogar, el Teatro de la Sátira, y estuvo actuando durante una década en el escenario del Teatro de Sofía. Luego se produjeron su retorno al Teatro de la Sátira y el gran reconocimiento a su talento en el género dramático: en 1992 fue distinguida con los premios Askeer e Ícaro por su papel predilecto: Winnie de Los días felices de Samuel Beckett. ”Es el papel que avala mi condición de actriz”, decía Tatyana Lólova.
A finales de 2003 en el Teatro 199 se produjo el estreno de otro papel emblemático para la creatividad y la personalidad de la actriz, en el espectáculo individual Duende, basado en textos de Federico García Lorca y de la publicista búlgara Rumyana Apóstolova. Este espectáculo se mantuvo durante quince años en la cartelera nacional y en el mundo. Duende es la palabra que parece definir con mayor exactitud el talento y la personalidad de Tatyana Lólova, es la palabra que incorpora el sentido cabal del arte, de la capacidad de ser artista y actor.
En 1997 fue publicado el libro autobiográfico de la actriz, titulado 1/2 de vida, reeditado seis veces. En 2018 vio la luz su libro de memorias Diarios y cotidianidades, en cuya redacción ha colaborado el periodista Gueorgui Toshev.
La propia actriz confesaba en ocasiones que detrás de todo lo que había logrado había algo de amor, de simpatía, confianza, fe y ayuda por parte de otra persona.
“Lo más distintivo residía en el recio sentido de la realidad que ella poseía −reconoce Gueorgui Toshev− . Rara vez he conocido a persona tan honesta y tan normal. Sus veleidades en el día a día eran mínimas. Estaba dispuesta a tratar con cualquiera que fuera capaz de ofrecerle una tarea interesante. Era pasmosa la valentía con la que siguió trabajando incluso a la edad de 87 años. Se estaba preparando para estrenarse en la Ópera, donde quería hacer realidad el sueño de su infancia de ser cantante lírica. Pero lo más importante es que Tatyana Lólova es de las personas elegidas de las que todos guardamos un recuerdo, tenemos una idea y que, creo en ello, llevaremos en el corazón”.
Justo un día antes de la conmemoración del Día Mundial del Teatro, los búlgaros nos inclinamos físicamente ante el duende de la gran Tatyana Lólova, que seguirá viva en los recuerdos y los papeles que nos ha legado.
Versión en español por Mijail Mijailov
Fotos: BGNES
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